dimecres, 31 d’agost del 2011

León Felipe

Felipe Camino Galicia de la Rosa, conegut com León Felipe (Tábara, 11 d'abril de 1884 - Ciutat de Mèxic, 18 de setembre de1968), va ser un poeta castellà que formà part de la generació del 27. Va ser un home una mica extravagant però un gran poeta.

Us deixo un text seu i una poesia:

 

El poema es una vieja canción de amor que han matado los hombres y que el poeta quiere recrearla con su vida. Nunca se recrea nada con menos. Es un grito cristiano que los obispos han clavado en la moda inacabable de la liturgia eclesiástica para que la asesine la rutina. Y el líder político que la lleva en su programa también, la ha lanzado al viento como una amenaza para que la estrangule el rencor. Ahora está muerta y no tiene eficacia ni en el norte ni en el sur. Las tribunas proletarias y los púlpitos no son más que guillotinas del amor. Del amor que el poeta salva día tras día de la rueda mecánica de las oratorias y de la bocina de las propagandas. El poeta va recreando con su angustia viva, las esencias vírgenes que matan sin cesar el político y el eclesiástico esos hombres que piensan que ganan todas las batallas y dejan siempre seco y muerto el problema primario de la justicia del hombre.

     Cuando todas las demagogias han manchado de baba las grandes verdades del mundo y nadie se atreve ya a tocarlas, el poeta tiene que limpiarlas con su sangre para seguir diciendo: aquí todavía la verdad.

¿Por qué no hay ya zapatos para todos?

Las biblias las hacen y las renuevan los poetas; los obispos las deshacen y las secan; y los políticos las desprecian porque piensan que la parábola no es una herramienta dialéctica.

     Los políticos hacen los programas, lo obispos las pastorales y los poetas los poemas. Pero el poeta habla el primero y grita antes que ninguno la congoja del hombre. El político, después, ha de buscar la manera de remediar esta congoja, cuando esta congoja no está en la mano de los dioses. Si está en la mano de los dioses, interviene el obispo con su procesión de mascarones y da al problema una solución falsa y medrosa.

     El poeta es el que habla primero y dice: esto está torcido. Y lo denuncia. O esto es un misterio, y pregunta: ¿por qué? Pero cualquiera puede denunciar y preguntar. Sí. Pero la denuncia y la pregunta hay que hacerlas con un extraño tono de voz, y con un temblor en la garganta, que salgan de la vida para buscar la vida. Y esto es lo que diferencia al poeta del arzobispo.

     El poeta conoce la Ley y quiere sostenerla viva. El obispo conoce la retórica y el rito anacrónico de la Ley: la Ley muerta. Los políticos no conocen más que las leyes. Y las leyes están hechas sólo para que no muera la Ley.

     Cuando no hay poetas en un pueblo, el juez y los magistrados se reúnen en las tabernas, y firman sus sentencias en los lechos de las prostitutas.

     Cuando no hay poetas en un pueblo (es decir, Ley viva), los obispos (es decir, la Ley muerta) celebran los concilios en los sótanos de sus palacios para bendecir la trilita de los aviones.

     El obispo o el arzobispo, en este poema, es el jerarca simbólico de todas las podridas dignidades eclesiásticas de España: el que hace las encíclicas, las pastorales, los sermones, las pláticas, lleva al templo la política y los negocios de la plaza y afianza bien ha ametralladoras en los huecos de los campamentos para dispararlas con tra el hombre religioso, contra el poeta que dice:

 

 ¿Dónde está Dios? Rescatémosle de ha tinieblas.

Porque...

Dios que lo sabe todo

es un ingenuo

y ahora está secuestrado

por unos arzobispos bandoleros

que le hacen decir desde la radio

«Hallo! Hallo! Estoy aquí con ellos».

Mas no quiere decir que está a su lado

sino que está allí prisionero.

Dice dónde está, nada más,

para que nosotros lo sepamos

y para que nosotros lo salvemos.